En un rincón de la sociedad donde la esperanza a menudo parece desvanecerse entre las paredes de concreto, un rayo de luz irradia desde la Primera Iglesia Bautista de Encarnación. En el corazón del Ministerio de Penitenciaría, los hermanos de la iglesia se unen para llevar consuelo, esperanza y amor a los adolescentes prisioneros del Centro de Rehabilitación Social (CERESO) de Encarnación.
Cada visita es más que un acto de caridad; es un testimonio viviente del poder transformador del amor de Dios. Con humildad y compasión, los voluntarios del Ministerio de Penitenciaría cruzan los umbrales del centro correccional, llevando consigo no solo palabras de aliento, sino también gestos tangibles de apoyo y cuidado.
La visita comienza con una sonrisa, un apretón de manos, gestos simples pero significativos que traspasan las barreras del estigma y la separación. A medida que entablan conversaciones, se crea un puente de conexión que une dos mundos aparentemente opuestos. Aquí, en este espacio de encuentro, los jóvenes prisioneros encuentran un refugio de comprensión y aceptación.
Las actividades planificadas por el Ministerio de Penitenciaría van más allá de simples interacciones sociales. Talleres de habilidades, sesiones de orientación y momentos de reflexión se convierten en oportunidades para el crecimiento personal y espiritual. A través de estas actividades, se les recuerda a los jóvenes prisioneros que son amados, que tienen valor y que el futuro puede ser diferente.
Pero quizás lo más impactante de todo es el testimonio vivo de transformación que emana de aquellos que participan en este ministerio. Al ver a personas que han experimentado su propia redención, los adolescentes prisioneros encuentran una chispa de esperanza en medio de la oscuridad. Ven en estos hermanos y hermanas de fe un ejemplo tangible de que la vida puede cambiar, de que el perdón y la restauración son posibles.
En la Primera Iglesia Bautista de Encarnación, el Ministerio de Penitenciaría no es solo un programa, es una expresión de la esencia misma del evangelio: amar al prójimo como a uno mismo, extender la mano de la misericordia a los que más lo necesitan y ser instrumentos de cambio en un mundo sediento de esperanza.